*Eva Millet
La infancia es juego. Y si no, rebusquen entre sus mejores recuerdos de esta etapa: seguro que muchos de ellos están relacionados con esta actividad. Memorias de juegos en la calle, en casa, en el pueblo, en la playa. En solitario o con los amigos. Corriendo, saltando, construyendo, imaginando… El juego tiene millones de formas y no es solo el patrimonio de la infancia: es también su derecho, reconocido por Naciones Unidas.
Por fortuna, el juego, tiene grandes defensores. Como el pedagogo Francesco Tonucci, que asegura que es el principal trabajo que deberían tener los niños y que los adultos estamos ahí para facilitárselo. Los niños, insiste este pensador italiano, necesitan de espacios seguros donde jugar, libres y autónomos, ajenos a la mirada del adulto. «Los niños que han podido jugar bien y durante mucho tiempo serán adultos mejores», asegura Tonucci.
En horas bajas…
Pero el juego infantil está en horas bajas: en tiempos de infancias frenéticas con agendas sin espacios en blanco, los niños de este siglo cada vez juegan menos. Hay un déficit de juego reconocido estadísticamente y denunciado por los expertos.
En especial, el juego libre, sin supervisión adulta; el más enriquecedor. Sin embargo, los padres actuales ven esta actividad como una pérdida de tiempo. Un obstáculo en el proceso, cada vez más intenso, de formación de su prole.

El juego es el aprendizaje disfrazado
Craso error, porque el juego es el aprendizaje disfrazado. La forma en la que se empieza a comprender y lidiar con el mundo. En definitiva, la mejor extraescolar que pueden hacer los hijos. Entre otras, jugando se aprenden habilidades básicas como son el desarrollo de la creatividad, la tolerancia a la frustración y, por supuesto, el trabajo en equipo: hoy un requisito fundamental para acceder a cualquier trabajo.
La práctica del deporte infantil se ha convertido en un reducto para el juego. En las canchas de fútbol, baloncesto, hockey y otras disciplinas, todavía se juega. O se debería jugar, porque en los actuales tiempos de hiperpaternidad, en los que abundan los progenitores obsesionados en tener hijos que triunfen lo antes posible, el deporte infantil está perdiendo su parte lúdica y educativa para convertirse en un espacio de competitividad extrema.
Deporte infantil, un reducto del juego
Todos los que hemos tenido hijos en el deporte escolar nos hemos dado cuenta de este cambio: para muchos padres y madres la cancha ya no es para jugar ni para divertirse ni aprender a formar parte de un equipo.
Para muchos se ha convertido en un nuevo espacio de gestión de la prole. Para presionar a los hijos —y a los contrarios— en una actividad que debería ser, ante todo, lúdica. Así hay padres que gritan, insultan e, incluso, agreden. Que emponzoñan algo tan bonito y necesario como es el deporte infantil.
Un actividad que debería ser, ante todo… ¡juego! Con todas las derivadas, educativas y de formación de la persona, que ello implica. Ya se profesionalizarán cuando toque. Entretanto, los niños han de disfrutar.
Más de uno ha dicho que Messi, considerado por muchos el mejor futbolista del mundo, jugaba al fútbol en los grandes estadios como si estuviera en el patio del colegio. Quizás esta sea la fórmula para hacer las cosas de la mejor manera posible: disfrutar de ellas como se disfruta de un juego.
*Eva Millet es periodista y escritora especializada en educación, colabora asiduamente con medios como La Vanguardia. Escritora reconocida por sus libros sobre el papel de los padres en la educación de los hijos.
Ha colaborado en diversas ocasiones con Brafa, como conferenciante y autora del artículos como “La ansiendad en el deporte: ¿enemiga o aliada” y “He visto cosas que vosotros no creeríais”