*Antoni Costes, Catedrático, INEFC
¿Somos realmente conscientes de lo que hacemos cuando imponemos un castigo a nuestros hijos o hijas sin ir a un entrenamiento de su deporte favorito?
Todavía hay padres, entrenadores o directivos que ven en el deporte una actividad donde los niños tienen que saborear la victoria y el éxito y, por lo tanto, están dispuestos a lo que sea para que se cumplan los objetivos marcados para el deportista debutante.
Pero muchos padres, entrenadores y otros miembros del sistema deportivo con voluntad educadora introducen a los niños y niñas en el deporte porque tienen el convencimiento de que con esta práctica se educarán en muchos aspectos:
- El respeto por las conductas motrices propias y de los demás.
- La participación activa y continuada en una actividad en la que deben superar dificultades.
- La capacidad de actuar juntos para obtener un objetivo común
- La diversidad como un elemento de riqueza y no como un motivo de exclusión.
- El gusto por el respeto de las normas y la equidad para interpretarlas
- La confianza en uno mismo durante el juego y en el aprendizaje que hace acompañado de los demás.
- La adquisición de un estilo de vida activo y saludable.
- La creatividad para expresarse motrizmente.
- Transferir todas esas cualidades que nos puede ofrecer el deporte en cualquier situación de la vida cotidiana, tanto en el proceso de formación como en la edad adulta.
La gran paradoja del castigo y el deporte
Ahora bien, demasiadas veces se produce una gran paradoja: progenitores o educadores deportivos que tienen presentes los valores del deporte que antes hemos mencionado, pero que a la vez utilizan la actividad física para castigar niños o jóvenes.

Hay madres y padres que para corregir una conducta inapropiada o no deseada de su prole utilizan el castigo en el deporte para reconducirla. ¿Cuántas veces no hemos oído el relato en el que a un chico o una chica no le dejan hacer deporte porque ha suspendido alguna asignatura, o porque tiene conductas disruptivas con la familia y/o amigos?
Se intenta –con toda la buena intención del mundo– que privándolos de la actividad que más les gusta, reflexionen y modifiquen su conducta.
Esta paradoja no se produce sólo entre los padres, sino también entre los educadores deportivos que utilizan la actividad física como castigo, obligando a hacer trabajo físico adicional a aquellos que no se están implicando suficientemente en el entrenamiento, y sin querer dan a entender que, por ejemplo, la carrera continua o las series de abdominales son un castigo en lugar de ser un elemento importante para la práctica deportiva.
No se escapa nadie
Pero de esta lacra del castigo no se escapa nadie, ni siquiera las organizaciones de los campeonatos deportivos, que, ante una vulneración flagrante y violenta del reglamento, la única alternativa que aplican es la exclusión del deportista por un periodo de tiempo.
En los tres ejemplos que he explicado encontramos un denominador común: no se considera el deporte como portador de valores que ayuden a educar personas felices y que disfruten del juego y el deporte.
Si una adolescente deportista no estudia, no la castigues sin deporte, utiliza el deporte para que mejore su autoestima
Si una adolescente deportista no estudia, no la castigues sin deporte, utiliza el deporte para que mejore su autoestima, para que intente superar las dificultades del aprendizaje.
El potencial transformador del deporte
Pero este cambio revolucionario no lo pueden hacer los padres solos: es necesario que el sistema escolar crea y apueste también por los valores educativos del deporte y asuma que a veces la educación no formal –la que se da fuera de la escuela– tiene más potencial transformador que la formal y, por lo tanto, la tutorización del alumnado no puede quedarse restringida entre les paredes de la escuela, sino que se necesita implicar a todos los agentes educativos y, sobre todo, a los educadores deportivos.
¿A alguien se le pasaría por la cabeza que a un adolescente que le gusten mucho las matemáticas se le retirasen los libros porque tiene actitudes despóticas con su familia? ¿Verdad que no se entendería? Entonces, ¿por qué lo hacemos con el deporte si todos decimos que tiene tantos valores?

O si un deportista se escabulle de la carrera continua o de las series, es porque antes el entrenador le ha presentado aquella actividad como un castigo y no como una herramienta que le ayudará en los retos que quiere conseguir.
Si al agresor se le excluye del deporte, seguirá su actividad depredadora fuera del sistema deportivo y, por lo tanto, el problema no lo tendrá solamente el deporte sino tota la sociedad. En este caso, en lugar de castigar lo que hay que hacer es educar.
Nunca sirve castigar sin deporte
Después de una exclusión tiene que haber un programa de educación en valores para que se modifiquen estas conductas antideportivas, porque si con la expulsión ya fuera suficiente, no se produciría la reiteración continuada de exclusiones que tienen algunos de estos deportistas.
Así pues, la actividad física no ha de ser nunca utilizada como un castigo, tanto si consiste en la exclusión del deporte como en la obligación de ejecutar unos ejercicios para redimir una conducta no deseada.
La actividad física y deportiva debe tener una voluntad de educación integral activa. Y es necesario que técnicos, árbitros, directivos, encargados de pistas, etc., estén formados pedagógicamente
La actividad física y deportiva debe tener una voluntad de educación integral activa. Y para eso también es necesario que todos los agentes educativos (pienso en técnicos, árbitros, directivos, encargados de pistas…) estén formados pedagógicamente para que estos potenciales valores del deporte se puedan llevar a cabo.
Afirmar que el deporte tiene unos valores, es casi no decir nada si detrás no hay unos educadores que se lo crean y acompañen[1] a los jóvenes en su proceso de aprendizaje.
Una actividad tan importante no puede estar unida a la punición, sino al placer por la consecución de los proyectos deseados.
*Antoni Costes Rodríguez, Catedrático INEFC Lleida y miembro del Grup d’Investigació en Acció Motriu (GIAM)
[1] Este artículo está escrito bajo el convencimiento de que no hay alguien que enseña y alguien que aprende; que no tiene que haber alguien que marca las normas y otro que las sigue, sino que el proceso de aprendizaje tiene que ser entre iguales y con voluntad cooperadora. Y por ese motivo nunca se utiliza el término “monitor deportivo”, porque implica que haya una persona que demuestra y otra que la sigue.