Noruega, un pequeño país con poco más de 5 millones de habitantes, lideró el medallero en los últimos Juegos Olímpicos de invierno.
También ha destacado en los de verano y en otras competiciones deportivas, en múltiples disciplinas.
¿Cómo logra un país tan pequeño estos éxitos deportivos? La explicación está en el enfoque que le dan al deporte de base, que es radicalmente distinto al del resto de los países y que tienen escrito en la Carta de los derechos de los niños en el deporte: “Los niños deben recibir una experiencia positiva cada vez que hacen deporte”, señala la Carta.
El modelo noruego se aleja radicalmente de otros, que empujan a los jóvenes a especializarse según las destrezas que muestran a edades tempranas, y pone énfasis en la participación. Se anima a los deportistas a practicar tantos deportes como puedan y se huye de los ránkings individuales, competiciones nacionales, etc., antes de los 13 años.
Además, este abanico de deportes en el que los niños y las niñas pueden participar no suponen un coste inasumible por parte de las familias.
“La mentalidad noruega consiste en reforzar la idea de dar la oportunidad a los niños para que sean niños“, señala Tor-Arne, campeón olímpico en esquí de fondo.
Los resultados están a la vista: en los juegos de Sochi 2014 Rusia (anfitriona) lideró la clasificación, con 31 medallas, pero Noruega ya se plantó en segunda posición con 26. Y en Pieonchang 2018, Noruega cosechó 39 medallas, por delante de Alemania (31) y Canadá (29). Y se espera –habrá que ver qué sucede– que en esta edición obtenga 45.
Algo tiene el modelo noruego que debería despertar nuestro interés. En el artículo publicado en The Globe and Mail, Paul Waldie lo explica con detalle.