Tendríamos que plantearnos qué está pasando en el mundo del tenis, extrapolable seguramente a los otros ámbitos, para que la nueva generación no consiga desbancar a los dominadores más veteranos.
De los cuatro contendientes que disputaron las semifinales de Roland Garros hace escasas semanas solo hay un cambio respecto a las que se disputan hoy en Wimbledon. Para fortuna de los aficionados españoles, esta vez es Roberto Bautista, en vez de Dominico Thiem, quien luchará contra Novak Djokovic para optar a un lugar en la final de domingo.
La otra semifinal es ya un clásico y todo en su conjunto es algo más que otro Grand Slam en juego. Federer va al frente con 20. Rafael lo sigue de cerca con 18. Y a no mucha distancia está Novak con 15. Federer está en su terreno, Novak es el número 1 del momento y Rafael parece encontrarse en un muy buen momento en el cual, sinceramente, lo veo capaz de conseguir la victoria.
Los ingredientes son realmente estimulantes para el espectador, salvo que éste se haya cansado ya de ver a los mismos de siempre. Los que desde hace unos años superan ya la treintena y, ni así, se dejan relevar por la nueva generación. Y cuando un hecho antinatural deja de ser esporádico para convertirse en regular, tendríamos que buscarle una explicación.
Tendríamos que plantearnos qué está pasando en el mundo del tenis, extrapolable seguramente a los otros ámbitos, para que la nueva generación no consiga desbancar a los dominadores más veteranos. Sé que me repito y sé que una columna es demasiado breve para analizar todos los factores, pero yo lo resumiría diciendo que en el aspecto formativo todo lo que se facilita en exceso, debilita.
Actualmente estamos pagando las consecuencias de haber estado demasiado esmerados con lo que decimos a los chavales y demasiado condescendientes con ellos, consintiéndolos los caprichos como si fueran una necesidad y justificándolos las faltas como si fueran producto de la mala suerte.
Yo creo que nos convendría rectificar y ser capaces de decirle a un chico que no es suficiente bueno, que la pista que está en malas condiciones, o la raqueta mal encordada, son probablemente lo que se merece, que el día que no siente bien la pelota y las cosas no le salen bien no tiene que bajar los brazos y poner mala cara.
El día en que Djokovic, Federer o Rafael juegan bien y se sienten cómodos normalmente ganan los partidos. Los días que no, también son capaces de hacerlo. Nunca se rinden porque les obligaron a no quejarse, a aceptar la adversidad y a aguantar siempre algo más. Y todo esto, seguro que con el aprecio de quienes les ayudaron a formarse. Una cosa no está reñida con la otra. Yo diría que es más bien al contrario.
Este es el gran secreto que, con excepción de Thiem y alguno otro más, continúa manteniendo aislados a los tenistas más maduros: la capacidad de aguante, la perseverancia cuando las cosas vienen mal dadas, el compromiso y la pasión por lo que uno hace. Todos ellos son valores que bien nos vendría recuperar si fuéramos capaces de no confundir la vida real con un mundo feliz.
Ya nos lo advirtió Aldous Huxley hace casi cien años.
Toni Nadal